15 soldados reciben órdenes de presentarse en el cuartel y sus familias no vuelven a saber de ellos en varios días.
El subteniente del Ejército Mexicano Francisco Soto está destacado en el 69 Batallón de Infantería, en Saltillo, Coahuila. Vive en la Unidad Habitacional Militar con su esposa Tanya y su hija Marifer, de 6 años. Su trabajo incluye cuidar y adiestrar a los perros del Batallón. La mañana del domingo 13 de marzo de 2011 recibe una llamada del comandante del Batallón, ordenándole que se presente a revisar a la Infinita, una de las perras. Le dice a Tanya que no tardará y le pide que se aliste ella y a su hija para ir de paseo a Monterrey. Soto va al cuartel, pero ya no regresa.
Tanya asume que algún asunto laboral lo demora, pero acude al cuartel a preguntar por él. Ahí le dicen que está en un operativo y ella regresa a su casa. Hace vida normal. El lunes lleva a su hija a la escuela y a una clase de Tae Kwon Do por la tarde. Una vecina de la Unidad Habitacional Militar le pide que saque a la niña de la clase. Son malas noticias: el esposo militar de otra vecina fue requerido en el batallón igual que Soto y ha llamado desde el hospital. Le dijo a su esposa que lo torturaron dentro del Batallón y que escuchó a otros hombres gritar, entre ellos a Soto.
Tanya y las demás mujeres, esposas de 14 soldados que no aparecen, empiezan a moverse, a hacer ruido. Preguntan por ellos a los mandos. Presentan una denuncia en la Comisión Estatal de Derechos Humanos. Nadie les da información sobre sus esposos, o les dan información contradictoria. No entienden lo que está pasando, hasta que el día 16 se enteran que los están enviando hacia la Ciudad de México, a la Fiscalía de Delincuencia Organizada.